Historia y presente de la industria de la fruta

21-08-2016 |

La crisis frutícola se puede considerar también como el motor del financiamiento de un sector concentrado. Una mirada histórica sobre la matriz productiva en el Alto Valle.

Tratando de encontrar respuestas al estado actual de la fruticultura en nuestra región se torna fundamental un análisis histórico, que desde una mirada crítica y transformadora indague en las causas de por qué la crisis pareciera ser el estado habitual.

Cuando se analiza la fruticultura en retrospectiva, la crisis pasa a ser un estado normal de la producción de peras y manzanas del Alto Valle de Río Negro. En sus inicios, la producción de fruta de pepita alcanzó dinamismo a partir de la década del ´30, donde varios factores determinantes hicieron posible su desarrollo.

Por un lado, existía la preocupación del Estado Nacional de poblar los límites del territorio, por otro, el modelo agro-exportador con fuerte inversión extranjera, que, junto con el Estado, buscaron consolidar obras de infraestructura de gran trascendencia. Fueron los capitales ingleses, a través de sus subsidiarias, quienes materializaron la construcción de la red de riego y el ferrocarril. Pero hubo un factor fundamental que dio origen a lo que hoy se conoce como El Valle: los productores. 

La coyuntura internacional permitió que existiera la necesidad de que excluidos, procedentes mayoritariamente de Europa y Oriente Medio, se embarcaran hacia tierras lejanas con el capital cultural de saber producir la tierra. La misma que había sido despojada de los pueblos originarios, aniquilados y desplazados por el avance del hombre blanco. Ese capital humano fue quien pagaría con su trabajo la tierra y los cultivos a través de la financiación por parte de la compañía de tierras del sud, subsidiaria del ferrocarril de capitales ingleses. La AFD, (Argentine Fruit Distributors) o distribuidora de frutas argentinas, dependiente también del ferrocarril, actuaba de concentrador y comercializador, financió el desarrollo de la producción intensiva sobre todo con la incorporación de la manzana, pera y algunos carozos, asegurando una rentabilidad para estos pequeños productores inmigrantes que se instalaban en superficies desde 5 hasta 20 hectáreas, y se encargaba monopólicamente de comercializar la fruta con destino mayoritariamente a Europa. Este sistema incorporó a todos esos inmigrantes como pequeños productores y como comercializadores locales conformando una estructura local desde el uso de la tierra.

Durante la década del ´40 se desarrolló una incipiente industrialización de apoyo a la producción, pero la estatización del ferrocarril en 1948 corrió de escena a la AFD y el instituto de comercialización nacional no logró que los “puesteros” del mercado central, con un acervo comercial neto, tomaran el lugar como comercializadores de la fruta de los productores, modificándose así la lógica de la cadena de producción. Este es quizás el inicio de una nueva estructura de distribución de riquezas que fue consolidándose y transformándose durante los años siguientes hasta la actualidad. 

Mientras el mercado externo fue benévolo en cuanto a la rentabilidad de la cadena por demanda sostenida, durante la década del ´50 y el ´60 no existieron cambios profundos, pero durante los años ´70 una tormenta perfecta comenzaría a delinear el camino hacia una crisis interminable y profunda. Por un lado, la introducción en el plano internacional de los competidores del hemisferio sur apareciendo sobre todo en el mercado europeo, por otro, la política interna neoliberal que modificaría estructuralmente las condiciones de juego en el mercado. Hasta aquí la producción de peras y de manzanas se sostendría con tecnologías no muy diferentes a las iniciales, en lo concerniente a la chacra como primera etapa de producción.

Quizás es este el punto de inflexión en donde la matriz de distribución de la renta comenzaría a estrangular, a través del precio marginal, al primer eslabón de la cadena: el productor. Como resultado de esto la economía de escala determinaría la viabilidad de los productores dentro del sistema, donde el margen estaba dado por el volumen de producción o la superficie. El marco político del Estado y la política interna de las empresas comenzarían un proceso de integración de la cadena, desde el capital de comercialización hasta la producción primaria, adquiriendo superficies de producción acentuado por la transnacionalización de capitales favorecidos por el proceso de globalización de la economía. 

La cantidad de productores familiares y de mediana escala comenzó a disminuir y la edad de los productores a aumentar, el recambio generacional ve en la producción y en el vivir en/de la chacra un futuro poco promisorio. La década del ´90 con bajos costos y tipo de cambio nulo congeló la economía del valle, y destruyó la industria nacional. Durante esta etapa la reconversión de la producción tendría respuesta en mayor medida a través de las grandes empresas, pero la reducción de costos internos y las grandes estructuras burocráticas de manejo no tienen resultados positivos en la obtención de productos de calidad. Las alternativas de producción durante los ´90, como todas las producciones primarias, no tuvieron éxito, baja competitividad externa por paridad cambiaria contra productos subsidiados de economías desarrolladas y falta de demanda interna esto solo permitió el estancamiento de la mayor parte de los productores ya de segunda o tercera generación de inmigrantes. La descapitalización mantendría vivas las chacras para los casos exitosos. Los productores comienzan a desaparecer.

La devaluación posterior al 2003 reactivó la economía de peras y manzanas, pero ahora, dominada claramente por un oligopsonio de empresas frutícolas sobrevivientes a tantos años de neoliberalismo. La reconversión necesaria para la competitividad internacional fue mayoritariamente llevada a cabo por las empresas, mientras que los pequeños productores, ahora sin capacidad de competencia, quedaron cada vez más relegados a la entrega de fruta a pago diferido, siendo financistas de la comercialización concentrada en un negocio de poca transparencia y equidad. Además, la relación de poder para su funcionamiento se establece a puertas cerradas entre ambas partes y los precios finales se ven desplazados por temporada, anulando sistemáticamente la capacidad de proyección de la chacra, donde el flujo de fondos de la administración puede convertirse en el último suspiro de la actividad. Con alzas de precios internacionales y tipo de cambio favorable la producción de peras y manzanas presentó uno de los mayores crecimientos en valor y se redujeron los porcentajes de montes tradicionales por nuevos montes en espaldera, predominantemente de pera para exportación.


Por otro lado, el mercado brasilero aumentó su demanda al igual que el mercado interno que mejoró su poder adquisitivo. La distribución del ingreso en la cadena no reflejó cambios de trascendencia en productores pequeños dependientes de empresas empacadoras, pero favoreció notablemente a productores medianos o pequeños con independencia comercial y estratégica, que en muchos casos inclusive invirtieron en tecnología de frío para independizarse del pago del servicio. Durante la última década el poder adquisitivo de los peones rurales y de empaque, y el peso relativo de los mismos en la cadena de pagos creció como nunca antes en la historia de la región. Rápidamente este aumento de costos se convirtió en el reclamo resonante del sector concentrado, haciéndose eco en las mayorías y por lo tanto en la opinión pública. Este sinceramiento del poder adquisitivo de un sector relegado por muchos años, se vio intensificado por un proceso inflacionario interno que exigió, esta vez, al sector productivo para exportación un nivel de eficiencia no previsto. 

El reclamo sectorial de pequeños productores durante estos últimos años se basó en el mantenimiento de subsidios a la producción, la quita de retenciones y la modificación del tipo de cambio. Lo cierto es que diez de 2500 productores del valle pudieron imponer sus conveniencias a la mayoría como demandas propias, subsidiar la ineficiencia de la cadena productiva de empresas con posibilidades de mejora y financiamiento privado y mantener la dependencia de los pequeños productores, en su mayoría en edad jubilatoria, a un sistema productivo pensado a 15 años, sin perspectivas de mejora. La consecuencia directa devengará en el desuso o uso alternativo de la tierra con fines no agrícolas, la pérdida del potencial regional y la consecuente degradación cultural.

Finalmente, esta transferencia de recursos a través de los reembolsos y quita de retenciones, en un escenario de tipo de cambio devaluatorio, solo consolidará la estructura heredada del neoliberalismo. Resulta entonces vital concebir un plan de desarrollo donde nuevos productores puedan generar bienes, trabajo, cultura y hábitat en el 50% de superficie bajo riego sin cultivar, creando puestos de trabajo estables a lo largo del año, generando valor agregado a la producción y densificando la matriz económica. Es una responsabilidad como ciudadanxs pensar en el futuro teniendo presente esta historia.

 

 

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